Poco
conocido en nuestro país, con la excepción de los círculos cinéfilos, el cine
de Philippe Garrel ha transitado desde su debut, a finales de los años sesenta
del siglo pasado, entre la experimentación y la poesía, pero sin perder la
dimensión social que caracterizó los postulados de la nouvelle vague ni
un modelo de narración reflexivo, muy propio de la literatura realista de
finales del siglo XIX, que hicieron suyo algunos directores franceses de la nouvelle
vague y sus sucesores, entre los que se encuentra el propio Garrel.
Un été brûlant, filme que llega
a nuestras pantallas con más de un año de retraso respecto a sus estreno
comercial en Francia, parte de un suicidio para, de forma retrospectiva,
reconstruir los últimos meses de la vida de un pintor casado con una bella
actriz. Dicha reconstrucción la vemos desde el punto de vista de su mejor
amigo, un personaje con apuntes autobiográficos del propio Garrel, quien, a
través de su mirada, nos enseña las contradicciones internas del protagonista,
un tipo complejo y, en ocasiones, anacrónico, que alude de forma reiterada a
comportamientos burgueses o al valor de la Resistencia como mito de una
sociedad idílica. Sin embargo, el relato no es consecuente con la elección del
punto de vista narrativo, ya que el protagonista crea su propia ficción para
explicar la historia de la manera que Garrel quiere que la veamos.
Heredera de El desprecio, la
película en la que Godard meditaba sobre la condición artística a través del
juego realidad-ficción de un rodaje cinematográfico a la vez que analizaba las
relaciones de pareja, Un éte brûlant tiene el mérito de convertir en
trascendentes los pequeños detalles de la vida, como se subraya en la magnífica
conversación final entre el artista y su padre (un Maurice Garrel, padre del
director, que falleció muy poco después del rodaje del filme), de mostrar, de
forma poco convencional, las dificultades para conservar el verdadero amor, de
diseccionar de forma inteligente las relaciones amorosos y, sobre todo, de ser
fiel a una forma de hacer cine condenada a caer en el ostracismo por su escasa
comercialidad.
Lástima que la simplicidad de la
historia, su escasa verosimilitud y la ya comentada traición al punto de vista
elegido para la narración la hagan menos brillante que otras películas de
Garrel que, de forma esporádica, hemos podido ver por estos pagos.
Un été brûlant (Philippe Garrel, 2011)
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