55 años han
transcurrido desde que Jack Kerouac publicara On the road, una de las
grandes novelas de la literatura norteamericana, biblia de la generación beat y
posiblemente el relato que mayor influencia ha ejercido sobre los cambios
sociales de la segunda mitad del siglo XX. Pero, en más de medio siglo, nadie
se ha atrevido a llevar a la pantalla una obra única, no sólo por su narrativa
caótica y libertaria, sino por la capacidad de transmisión de sensaciones que
tiene el texto de Kerouac.
Nadie hasta que apareció Francis Ford
Coppola y encargó la adaptación al brasileño Walter Salles después de ver
Diarios de motocicleta, película que guarda cierta relación, como relato de
viajes heterodoxo, con la obra del escritor americano. Salles hace bien su
trabajo: On the road está bien realizada, bien montada y cuenta con un
elenco interpretativo interesante (sobre todo sus personajes secundarios, por
los que desfilan actores como Viggo Mortensen, Kirsten Dunst o Steve Buscemi).
Pero le falta alma. Carece de todo aquello que emociona en el libro, de su
sentido libre, de la sensación, tan juvenil, de que el mundo está a los pies de
los protagonistas aderezado por una interminable vorágine de sexo, drogas y música
de jazz.
Aquellos que nunca leyeron el
extraordinario relato de Kerouac no saldrán decepcionados de esta explosión
controlada de juventud y ambiciones, pero a quienes, por esos maravillosos
caprichos que tiene la vida, les cayó un día la novela y la devoraron para
hacerla suya les sabrá a poco esta adaptación de Kerouac que demuestra, una vez
más, la imposible adaptación de un libro que cuenta mucho más de lo que escribe
su autor. Lo que Salles no ha sabido plasmar en la pantalla.
On the road (Walter Salles, 2012)
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