viernes, 19 de abril de 2013

Algo huele a podrido en Dinamarca



Aunque, cinematográficamente hablando, creciera de la mano de Lars von Trier, con el que fundó Dogma 95, Thomas Vinterberg ha apostado en la última década por alejarse de los postulados del movimiento que inició para alinearse en un estilo mucho más frío y complejo. Para adentrarse en el territorio que tan bien explora Michael Haneke. Por fortuna para los valencianos, la obra del cineasta danés no nos es desconocida, gracias a los esfuerzos de Cinema Jove por haber rescatado filmes nunca estrenados en salas comerciales en territorio español.

         La caza es la culminación de ese esfuerzo por desligarse de sus dogmas para contar una historia tan difícil, como la de las acusaciones de pederastia a un hombre en apariencia normal, con la suficiente distancia como para obligar al espectador a dar siempre el primer paso. La caza no es una película cruel, pese a que muchas de sus imágenes lo sean, porque es honesta. Porque detrás de esas imágenes no hay concesión alguna a la interpretación. A Vinterberg no parece interesarle mucho el tema de la pederastia, principal motor de la película, y lo utiliza como un inteligente MacGuffin para retratar, con minuciosidad puntillista, el derrumbe moral y físico de un hombre acusado de algo que, aparentemente, no ha hecho.
         Al lado de esa caída al vacío, el director danés construye un mundo fascinante. Una comunidad prototipo de lo políticamente correcto que pasa los días visitando a los vecinos, un pueblo pequeño de la Dinamarca profunda cuya principal pasión es la caza, un microteatro de la Europa más civilizada, en donde, salvo excepciones, el rechazo social se produce de manera lenta, como una tortura china, sin estridencias ni apaleamientos públicos en la metafórica picota de la plaza del pueblo. Un modelo de vida que aparece aquí exquisitamente diseccionado en personajes como el de la directora del jardín de infancia o el padre de la niña acusadora. Parafraseando a Shakespeare, podría decirse que La caza pone en la pantalla la famosa frase de Marcelo en Hamlet: "Algo huele a podrido en Dinamarca", pero Vinterberg hace extensiva esa podredumbre a toda Europa, a la sociedad occidental en los tiempos actuales. Porque La caza también es un retrato exhaustivo de la sociedad del miedo en la que vivimos, ese orden mundial que nos acojona diariamente con anuncios apocalípticos que nos pronostican un futuro incierto, que nos hacen vivir en el alambre de la inseguridad, por mucho que nuestros presuntos valores estén firmemente arraigados.
         Y, en ese mundo modelo del estado del bienestar, los niños son elementos primordiales: la garantía de que esa supuesta felicidad continuará. Aquí es donde la mirada de Vinterberg hace más daño, porque recurre al viejo precepto de "los niños saben" del Henry James de Otra vuelta de tuerca. Los niños, en La caza, saben mucho y deciden más. Su presencia es tan inquietante como la de sus coetáneos de La noche del cazador o La cinta blanca porque callan, porque sus delaciones no son sino la mecha que enciende una bomba de relojería que acaba por explotar en manos de quien la manipula y su onda expansiva es capaz de alcanzar a cualquiera.
         Un sobresaliente Mads Mikkelsen, premio al mejor actor en el último festival de Cannes por esta película, se erige en absoluto protagonista de un filme tan sencillo en apariencia como complejo en sus múltiples interpretaciones, que no deja indiferente al espectador y que está llamado a ser una de las grandes cintas del año.

La caza (Thomas Vinterberg, 2012)

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