viernes, 26 de abril de 2013

El dolor ajeno



A lo largo de más de 20 años y una decena de filmes, a Isabel Coixet le ha bastado con dos personajes para explicar su visión del mundo, su punto de vista sobre la vida. Dos personajes que afrontan temas como la muerte (Mi vida sin mí), el amor (Cosas que nunca te dije), la enfermedad (La vida secreta de las palabras), el sexo (Mapa de los sonidos de Tokio) o la justicia (Escuchando al juez Garzón). Su cine es, podríamos decirlo así, binario, con dos elementos principales que centran la acción y representan siempre dos modelos condenados a entenderse.

         Ayer no termina nunca radicaliza esa propuesta binaria de la realizadora catalana al ofrecernos, a lo largo de algo más de hora y media, una radiografía del dolor ajeno, de esa realidad intangible y personal de la que "la gente huye como de la peste", como subraya el personaje de Candela Peña en una escena del filme. Una pareja con una vida en común, con un proyecto vital compartido durante años en un pasado indefinido, se reencuentra en un paisaje desolador, en una España apocalíptica azotada, más si cabe, por la crisis que ya sentimos en nuestras carnes, en un futuro imperfecto fechado en 2017. Y de ese encuentro surgen todos los fantasmas, las cosas que nunca se dijeron y la desesperanza. Real como la vida misma, la nueva película de Coixet es, en suma, una profunda reflexión a dos voces sobre el duelo, sobre la pérdida de la felicidad y la dificultad de rehacerse cuando la vida golpea con fuerza.
         Desgraciadamente, el combate desnudo entre los dos protagonistas que nos brinda Ayer no termina nunca, oficiado por dos actores en estado de gracia, está innecesariamente salpicado de flashes en blanco y negro sin excesiva justificación argumental, de algunos diálogos que recuerdan la filosofía de los anuncios de compresas y de una puesta en escena tan sobria que acaba cansando al espectador. Y no hacían falta tantos artificios para contar una historia que se sustenta sola con la fuerza interpretativa de sus dos protagonistas y la solidez del tema que plantea.

Ayer no termina nunca (Isabel Coixet, 2013)

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