jueves, 28 de marzo de 2013

El crepúsculo de los héroes



El género de acción, que vivió su época dorada entre mediados de la década de los ochenta y comienzos de los noventa, evolucionó posteriormente hacia una "humanización" de sus héroes, antaño inmutables y exentos del más mínimo sentido del humor, que acabaría por relegarlos a la más pura serie B, cuando los justicieros de carne y hueso fueron devorados por los superhéroes provenientes del cómic. Han pasado dos décadas y aquellos que impartieron justicia a base de balaceras y puñetazos se han hecho mayores, sin que, salvo honrosas excepciones como el británico Jason Stahtam, se vislumbren actores que recojan el relevo de los Schwarzenegger, Stallone o Willis para revitalizar el género sin necesidad de enfundarse un traje con poderes sobrenaturales.

         Una bala en la cabeza, regreso a la dirección del veterano Walter Hill diez años después de su último trabajo, abunda en la idea de mostrar a un viejo héroe de acción con sus defectos y sus virtudes. A medio camino entre el cine de acción, en su sentido más estricto, y las películas de compañeros eventuales en lucha por un objetivo común, que tan buenos resultados dio a Hill en filmes como Límite 48 horas y Danko: Calor Rojo, la película nos presenta a un Sylvester Stallone que parece casi una caricatura del personaje que ha repetido hasta la saciedad a lo largo de los últimos 30 años: un tipo duro pero con cierto aspecto de cartón-piedra que, por la habitual preocupación de Walter Hill por el pasado tortuoso de sus personajes, utiliza la ironía con la misma precisión que las armas de fuego.
         Basándose en la novela gráfica homónima de Alexis Nolent, Walter Hill maneja con habilidad los códigos del cine de acción, con un trepidante ritmo que enmienda la debilidad de un guión muy esquemático y la escasa química entre la pareja de protagonistas. Pero las gotas de socarronería que destilan los diálogos, los breves apuntes de denuncia social que trascienden en la trama y la destreza de Hill a la hora de ordenar unos elementos que podrían haber llevado a la película a una absurda ensalada de tiros y mamporros convierten a Una bala en la cabeza en un entretenido y nada pretencioso ejercicio de estilo con el que pasar el rato. Algo que, tal y como están los tiempos para el cine de acción, siempre es de agradecer.

Una bala en la cabeza (Walter Hill, 2013)

La invasión de los ultras-cuerpos



Tras el éxito entre el público juvenil y adolescente de la saga Crepúsculo, llega a nuestras pantallas la adaptación al cine de una nueva novela de la escritora norteamericana Stephenie Meyer que, en esta ocasión, sustituye los vampiros por alienígenas en el trasfondo de una almibarada historia de amor. The host (no confundir con la magnífica película coreana del mismo nombre dirigida por Bong Joon-Ho) parte de un planteamiento que recuerda a The Village of de Damned, la cinta de culto de Wolf Rilla, y a algunos clásicos del cine de serie B de ciencia-ficción, como La invasión de los ultracuerpos. Pero esa impresión inicial se desvanece pronto cuando la trama futurista es arrollada literalmente por una historia de amores imposibles entre las dos vertientes de la protagonista femenina (la humana y la alienígena) y los dos jóvenes guaperas que lideran la resistencia. Un amor tan gelatinoso y cargante que no pasa de tórridos besos y una sensación que parece resucitar las braguetas apretadas de la adolescencia más reprimida.

         Y es que lo peor de The host no es esa pretendida estética glamurosa que intenta recrear paisajes inhóspitos y bellos como si de una revisión cutre del western se tratara, ni la pobreza de recursos para poner en escena un futuro imperfecto, pese a los casi 50 millones de dólares de presupuesto que manejó Andrew Niccol. Lo más preocupante, por el hecho de que es un filme dirigido a un público potencial menor de 20 años, es el insoportable tufo reaccionario que despide un filme en el que el amor carnal se manifiesta por medio de castos besos, las voces en off remiten al sentimiento de culpa y la conciencia cristiana y la sociedad extraterrestre se parece sospechosamente al modelo soviético ya caduco. Una perversión ideológica que recuerda al más rancio cine del franquismo en España o las cintas afines a la paranoica caza de brujas en los Estados Unidos.
         Por eso da cierta vergüenza ajena ver a buenos actores, como William Hurt, Diane Kruger o Frances Fisher, oficiando de secundarios de relleno y a Andrew Niccol, responsable de títulos tan interesantes como Gattaca o Simone, dirigiendo con más recursos pirotécnicos que estilo un filme que no sólo no pasará a la historia, sino que, en unos años, caerá en el olvido incluso de los adolescentes de todo el mundo que ahora lo veneran.



The Host (Andrew Niccol, 2013)
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