jueves, 2 de mayo de 2013

La confusión de los géneros



En las obras teatrales del Siglo de Oro español existía un recurso dramático que consistía en el cambio de indumentaria de las mujeres para hacerse pasar por hombres, una concesión de la dramaturgia que era aceptada por el público sin problemas de identidad sexual. El hábito hacía al monje y el disfraz al personaje.


    En Tomboy, segundo largometraje de la joven directora francesa Céline Sciamma, no es el ropaje el que provoca la confusión de los géneros que ejerce como motor de la trama, sino el corte de pelo y esa indefinición andrógina que tienen los preadolescentes. Una niña comienza a hacerse pasar por niño como un juego, y tan inocente propuesta acaba yéndosele de las manos sin que nos demos cuenta. Como en las obras de Calderón o Lope, Sciamma nunca engaña al espectador, sino que le invita a jugar con el personaje: desde el principio, cuando vemos a la protagonista desnuda en la bañera, sabemos que, por mucho que se corte el pelo como un chico, es una niña.
         El punto de partida que propone la realizadora francesa se desarrolla durante algo más de hora y cuarto de película con la mentira como bandera. Una mentira involuntaria, como subraya el filme, que pone en escena, de manera sutil, temas como los problemas de integración social de los preadolescentes ante un cambio de entorno, los roles que la propia sociedad asigna irremediablemente a hombres y mujeres o el descubrimiento de la sexualidad, con toda la confusión que lleva consigo a esas edades.
         Tomboy incide una y otra vez sobre esas cuestiones en una cinta que peca de excesiva reiteración en sus propuestas. De hecho, da la impresión de que Tomboy podría haber sido un cortometraje de los que ganan premios en festivales internacionales, dada la simplicidad de sus argumentos y su exquisito planteamiento, muy cercano al cine intimista y descriptivo, sin apenas movimientos de cámara y un excelente empleo del fuera de campo para sugerir lo que la imagen no muestra. Este es el gran inconveniente de una cinta honesta, que nunca engaña al espectador, pero demasiado esquemática en la que al que la ve sólo le queda la emoción de saber cuándo se descubrirá el engaño, cuándo acabará ese juego inocente que, con el tiempo y el entorno en el que se desarrolla, acabará convirtiéndose en peligroso.

Tomboy (Céline Sciamma, 2011) 

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