La
profusión de falsos documentales en los últimos años ha colocado al género en
una curiosa encrucijada: el espectador, alertado por la capacidad de los
cineastas para engañarlo, cada vez mira más los detalles y la letra pequeña de
los documentales, pequeñas pistas para averiguar la veracidad de lo contado. En
el fondo, no es sino la resurrección del viejo debate sobre el realismo del
documental, un género mucho más proclive a la manipulación, precisamente porque
juega con elementos reales, que cualquier otro.
El impostor, debut en la gran
pantalla de Bart Layton, un cineasta especializado en documentales para
televisión, juega con esa invisible frontera entre lo real y lo inventado para
contarnos la historia de la suplantación de un niño de 16 años por un avispado
estafador de 23 y las consecuencias que dicho acto, aceptado de forma increíble
por todos, tiene sobre los protagonistas de la historia. Analizada fríamente,
la historia que nos explica el filme está más cerca de la inverosimilitud que
de los hechos reales. Quedan muchas dudas que hagan consecuente un relato lleno
de increíbles giros y de extraordinarios golpes de efecto.
Pero poco importa si lo que se cuenta
es real o no, si la historia que atrapa al espectador durante algo más de su
hora y media de metraje deja cabos sueltos, porque lo verdaderamente
interesante de El impostor es su ritmo narrativo. Partiendo de los
esquemas del cine documental, Layton construye un "thriller"
apasionante, en el que mezcla la recreación cinematográfica de los hechos,
exagerada o no -nunca lo llegamos a averiguar-, con los testimonios reales de
sus protagonistas. Que esa recreación fílmica sea más o menos fiel a lo que
realmente ocurrió es algo superfluo, porque la película transcurre por otros
derroteros: los que proporciona un juego de engaños de los que la propia
estructura de la cinta es partícipe. En ese juego de engaños, Layton hace que
el espectador conozca el engaño antes de la media hora de película y da la voz
al ejecutor de la trampa, como si quisiera poner las cartas sobre la mesa para
después, a la manera de un trilero, escondérnoslas.
Como ya ocurría con Searching for
Sugar Man, con la que comparte productor, El impostor nos sumerge en
un carrusel de sorpresas que van deshilachando la trama, en una vorágine de
acontecimientos inesperados que no hacen sino subrayar una estructura narrativa
milimétricamente calculada para desconcertar al espectador. Como en aquella, la
cinta de Layton deja muchas preguntas por contestar, pero reafirma los nuevos
caminos de un género en constante renovación y que encuentra, día a día,
historias más fascinantes para trasladar al público.
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