Se podrá
amar u odiar su cine, pero nadie puede discutir que hay directores que han
conseguido dotar a sus obras de una marca personal, un sello inconfundible que
hace que las podamos reconocer sólo con ver unos pocos fotogramas. Le sucede a
Almodóvar, que no es santo de la devoción de los críticos de la Turia,
pero que tiene un estilo tan reconocible y personal que hace que sus filmes,
por muy vacíos que nos parezcan, sean atractivos, aunque sea visual o
argumentalmente. Y le ocurre a Terrence Malick, un cineasta atípico que parece
preparar sus películas con dedicación de orfebre: en 40 años de carrera como
realizador, apenas ha hecho seis largometrajes.
Un año después de El árbol de la
vida, la cinta que devolvió al director de Illinois al estatus de autor por
antonomasia del cine norteamericano, llega a nuestras pantallas To the
wonder, película que arrastra polémica desde su paso por Venecia, donde fue
abucheada. Quizás la cercanía en el tiempo de su obra anterior convirtió, para
quienes la vieron en la cita veneciana, en reiteración lo que no es más que una
depuración del estilo poético en el que siempre se ha movido Malick, su marca
de autor en un panorama cinematográfico que apunta a lo épico para desdeñar la
lírica.
To the wonder es fiel a los
planteamientos de Malick al milímetro. Si en El árbol de la vida
construía una epopeya mística sobre la familia y el tiempo, aquí parte de un
tema mucho más concreto, aunque no menos universal: el amor. La lenta
degradación de una relación de pareja que nace en el idílico marco del Mont
Saint Michel, el hermosísimo enclave de la Normandía francesa, es la excusa que
utiliza el realizador americano para depurar su estilo. Para, con el contrapunto
de una voz en off susurrante y polifónica, componer una sinfonía que cortos
planos en movimiento -siempre en travelling de avance, siempre de escasa
duración- que son más ilustrativos que explicativos, más poéticos y sugerentes
que descriptivos. Un torrente cinematográfico de inusual belleza que atrapa al
espectador más sensible y que deja frío a aquel que va al cine a esperar que le
cuenten una historia de forma pasiva.
Ese es uno de los problemas de Malick y
en To the wonder se manifiesta en toda su crudeza. Su cine obliga a
interpretar al espectador a través de la seducción que ejercen sus imágenes, su
ritmo pausado y sus pistas. Un cine plagado de reflexiones filosóficas y
teológicas que aquí son más explícitas gracias al personaje del atormentado sacerdote
interpretado por Javier Bardem, innecesario para una historia que se sustenta
por sí sola sin necesidad de apuntes morales tan evidentes. El sacerdote que
encarna el actor español actúa como espectador involuntario de un triángulo
amoroso -imperfecto, lleno de aristas imposibles- entre Ben Affleck, Olga Kurylenko
y Rachel McAdams, un trío protagonista poco sólido, perdido en la avalancha de
palabras y símbolos que arrastra el filme.
Uno tiene la sensación, al ver To
the wonder, que Malick aprovechó el derroche creativo de El árbol de la
vida para salir del paso con un filme demasiado parecido a aquel. Una
vuelta de tuerca más sobre el sentido de la vida, tamizado por las flechas
caprichosas del amor y el deseo. Como si las ideas descartadas para realizar
aquel monumento cinematográfico, las hubiera recogido para hacer esta nueva
película, que conserva la pureza visual y la belleza de los elementos
cinematográficos de la anterior, pero se agota en sus planteamientos a poco que
el jugo de la historia se exprime totalmente. No obstante, Malick siempre es
Malick, con sus virtudes y sus defectos, y To the wonder, aunque
contenga más de lo segundo que de lo primero, es una película infinitamente
superior en calidad a la gran mayoría de productos que se estrenan en las salas
comerciales.
To the wonder (Terrence Malick, 2012)
Yo tengo muchas ganas de verla. Me gustó mucho el Malik de La delgada línea roja. Abrazos.
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